Engabao – Ecuador

Durante los primeros días en Guayaquil entre sus desayunos a base de bolones y tortillas de verde acompañados de deliciosos jugos de tomate de árbol y las originales cenas comiendo cantidades inmensas de cangrejos de manglar en sauces 9, pensábamos y buscábamos lugares más auténticos donde no llegara el turismo masivo y pudiéramos conocer sin contaminación un poquito más de la cultura ecuatoriana, Miguel, el padre de Yelel el cual ya lleva un mes trabajando por Ecuador, contacta con Cecilia a la que conoció durante su proyecto en Cuenca, y su consejo es ir a visitar un pequeño pueblo de pescadores en la costa, llamado Puerto Engabao.

Llegamos por la tarde, ya estaba anocheciendo, y en la terminal del bus de Playas nos espera Jimmy, un experimentado pescador amigo de Cecilia, que será durante los próximos días una de las personas que nos enseñará las costumbres del pueblo y nos pondrá en bandeja los manjares del mar.

Un poco desorientados nos dejamos llevar y después de otra media hora en autobús llegamos a Puerto Engabao, un lugar árido y seco, con ese aroma a puerto pesquero que nos es familiar, con poca vegetación y casas desperdigadas por aquí y por allá, pero con una atmosfera que nos da buen rollo. Un faro preside la costa y bajo él las olas rompen fuerte, algunos surfistas locales se entrenan en el mar ajetreado y en la playa comienzan a llegar las barcas cargadas de pescado y marisco.

A las 8 de la tarde el puerto, que es una playa larga y de arena negra, está en su máximo apogeo, se llena de barcos, pescadores, mujeres y niños que juntos trabajan en equipo para desenredar los camarones, los cangrejos, las langostas y un sinfín de variedades de pescado que preparan para la venta. Toda aquella energía de personas, voces, olores a mar y a pescado fresco nos despierta el apetito y como no podía ser de otra manera acompañados por Jimmy nos lanzamos a la compra de algo para la cena que prepararemos a las brasas. Al final lo que tenía que ser una pequeña compra acaba siendo nada menos que la cantidad para preparar un banquete, volvimos a casa con un surtido digno de la más ostentosa cena navideña que nos podemos imaginar a precio de barra de pan, gracias Jimmy y compañeros pescadores.

Cocinamos y cocinamos, el producto fresco y sabroso facilitó el éxito de la velada acompañado de unas cervecitas, y sobre todo la compañía de nuestros nuevos amigos Katy y el Chino, dos jóvenes activistas y emprendedores del pueblo, propietarios del hostal Suyuña donde nos alojamos y nos sentimos como en casa.

A la mañana siguiente Jimmy nos espera en la playa para compartir con él una jornada de trabajo entre olas, redes y pescados. La salida al mar es adrenalina pura ya que las olas son altas y la barca se levanta como un caballo bravo.

De vez en cuando Jimmy detiene la barca y lanza las redes en puntos estratégicos para recogerlas más tarde. Después de un tiempo breve de trabajo comienzan los mareos y ninguno nos libramos, pero a pesar del ascendente malestar seguimos desenredando langostinos y langostas de entre las redes durante varias horas

Entre las risas de Jimmy y nuestras caras pálidas pero satisfechas de todo el trabajo realizado, la jornada de pesca se acaba, aunque un poco antes de lo previsto a causa de nuestro mareo persistente. ¡Y para Cenar que tenemos ……adivinarlo!! Un cubo lleno de langostinos de palmo y medio que nos ha regalado Jimmy!

Una aventura memorable, una experiencia que nos hizo valorar muchas cosas sobre la pesca, un aprendizaje sobre las diferentes especies y cultura marinera y como siempre queda un fuerte lazo con las personas que compartimos.